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¿HIJO DE DIOS, O HIJO DE QUIÉN?

¿HIJO DE DIOS, O HIJO DE QUIÉN?

Desde hace algún tiempo observo con preocupación el avance del éxito de algunos hombres que dicen pertenecer a la iglesia cristiana. El mundo occidental está completamente convencido de que no existe sustituto para el éxito: el éxito es lo primordial.

Esta intensa preocupación por el éxito impregna cada parte de la sociedad occidental, incluyendo la iglesia. La palabra éxito es radicalmente homóloga de “el más grande”… “el más inteligente”… “el mejor”… “no hay otro como ese”… “es sin igual”, etc. Esto es aplicado a lo que sea. Tal éxito no se mide necesariamente en términos de calidad, pureza, honestidad, sencillez; ni siquiera de sinceridad. Más bien está estrechamente relacionado con cualquier cosa que sea espectacular, sensacional y que nos atraiga. Los espectáculos nos cautivan y nos dejamos hipnotizar por todo aquello que alimenta nuestra vanidad y gratifica nuestro orgullo.

Alimentamos nuestro ego personal desde niños. Hemos inculcado cosas vanas en el corazón de ellos, quienes serán los futuros líderes: ya sea para desempeñarse comercialmente, o en la educación, o en los deportes, o en el arte, o en cualquier otra área o disciplina. Se hace todo el esfuerzo posible para exaltar al individuo o a la empresa, etc., que parece va a tener éxito.

 

El concepto de éxito ha sido parte integral de la cultura occidental. De hecho, las personas lo aceptan como si fuera una forma correcta y natural de vivir, e incluso necesaria. Una iglesia se considera exitosa si aumenta rápidamente el número de miembros; aun cuando la mayoría de ellos no estén realmente consagrados a Dios. Se considera a un pastor exitoso si gana miembros por sus cualidades personales.

Una y otra vez descubrimos que la mayor preocupación de la iglesia de hoy en día -no sólo de parte de su pastor, sino también de sus miembros- es el llamado: “programa”• La idea básica es proveer algo que resulte sensacional e “imantable”, es decir, que atraiga a las multitudes y aumente la asistencia. Los medios adecuados que los líderes y miembros de estas iglesias consideran viable y efectivo usar son los mismos que se adoptan en el mundo, los cuales proveen impacto en la gente.
Cuando esto sucede se aumenta nuestro ego, nuestra vanidad; y de algún modo se satisface nuestro profundo deseo de impresionar a las personas con el tal llamado: éxito. Esto es axiomático en todas las esferas en donde se desempeña el cristianismo: no sólo en la iglesia local de un pueblo o ciudad; pues se aplica igualmente a los líderes y asociados de la “iglesia electrónica”, en el evangelismo, en la labor pastoral, en las publicaciones y en los esfuerzos que hacen las instituciones. Se usan las mismas técnicas antiguas que emplea el mundo para atraer e impresionar al público.

Se ofrece toda clase de cursos sobre el “crecimiento de la iglesia”. Se dan seminarios por todas partes sobre cómo ser dinámicos – el llamado “evangelismo explosivo”. Se dictan talleres donde se busca alcanzar el estado óptimo de capacitación. Se emplean los estilos de comunicación más exagerados y desvergonzados, copiados de Hollywood o de Nashville, para atraer a las masas. La iglesia ha recibido una “transfusión”, desde el punto de vista del mundo, en cuanto al éxito; y esto ha capturado la imaginación de sus líderes. La consecuencia es que muchas veces ignoramos, o mal interpretamos, las aseveraciones básicas que nos formula el Señor Jesucristo. Es verdaderamente extraño que el Señor siempre hablara de sus seguidores como: pocos en número. Él siempre expresó claramente que muchos nunca andarían en sus caminos. El desafío era muy grande; las demandas de auto-negación muy duras, extremadamente duras; y el llamado a una lealtad total y amor por Él, demasiados altos.

Aun así nuestros líderes religiosos continúan haciendo alarde de una “mayoría moral”, o de un “despertamiento mundial”, o de un evangelismo en masa, o de una “unidad ecuménica”. Si en verdad es así, ¿por qué no cambia la condición de nuestra sociedad contemporánea? ¿Por qué se dice, con jactancia, que en Argentina hay más de 3.000.000 millones de personas que se dicen creyentes; y sin embargo -digo- no hacen a la región ser la más justa de Sudamérica; sino que, por el contrario, es una de las regiones más corruptas? ¿Por qué es que hoy, en porcentaje de la población mundial, hay menos seguidores verdaderos de Cristo en la tierra que en los últimos cien años?

Realmente, las características de la Iglesia de Laodicea se aplican muy bien a este tiempo actual: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueses frío, o caliente! Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (encuéntralo en Apocalipsis 3: 15-16). ¿Por qué el Señor vaticinó vomitar de su boca a tal iglesia? Porque todo lo que es tibio resulta desagradable al paladar. Es mucho más agradable un pecador sincero que un cristiano hipócrita. Hoy la iglesia -junto con sus líderes de “éxito”- parece estar abandonando su vida espiritual, descuidándola y haciéndose perezosa, en cuanto a la obra de Dios se refiere. Una iglesia que puede conformarse solamente con lo exterior, cuán despectiva y aborrecible -podemos imaginar- debe ser para el Señor, Su Esposo Celestial. Por esto Él le dijo: “te vomitaré de mi boca”.

Deberían meditar sobre estas palabras (advertencias) los cristianos de nuestros días. Porque estas palabras del Señor corresponden a nuestro período. Muchos piensan de sí mismos que no son ateos; pero resulta difícil, sin embargo, llamarlos  hijos de Dios. Parecen ellos como no estar en el mundo; no obstante, miran siempre al mundo, al igual que la mujer de Lot. Vuestras almas están divididas en dos: en el templo sois santos; pero fuera de él, mundanos. Debido a que no se puede servir a dos amos: a Dios y a Mamón, las almas así divididas se han enfriado para Dios; en tanto que se inclinan cada vez más hacia Mamón. Tales creyentes no pueden ser agradables a Dios. Les recomiendo a todos ustedes, quienes están leyendo ahora esto, que lean el libro “La Seducción de la Cristiandad”, escrito por Dave Hunt y T. A. McMahon, de Editorial Portavoz. El libro fue escrito para advertir a los cristianos de los peligros ocultos y sutiles que nos amenazan, llevados a cabo a través de una serie de prácticas habituales de los propagadores del movimiento de la Nueva Era. Ellos, los autores, indican que los cristianos, y aun sus líderes, son fácilmente persuadidos por técnicas que van en contribución hacia la solución de los problemas del hombre; tales como: psicoterapia, meditación, visualización, sanidad interior, confesión positiva, pensamiento positivo, hipnosis, motivación para el éxito, medicina holística y alternativa; y otras que, por adaptar procedimientos supuestamente científicos, es muy difícil criticarlas, ya que son practicadas por los círculos intelectuales. Los cristianos no se toman el trabajo de reflexionar sobre estas prácticas y examinarlas a la luz de los textos bíblicos; y comprobar, de esta manera, qué es lo que realmente creen y en quién han depositado su fe: si en Jesucristo, o en las técnicas humanas. “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen”, dijo Jesús (encuéntralo en Juan 10:14). Continuará…

Dios te bendiga. Pastor Ricardo Iribarren.

 

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(Conpaginación del articulo: Miguel Angel Vreska: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.)

Modificado por última vez enViernes, 04 Septiembre 2020 18:12

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