El veneno del pecado
- Escrito por Pastor, Ricardo Iribarren
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Siempre que se haga una lista de los flagelos más devastadores de la historia, la plaga negra, que mató a 25 millones de personas en Europa en sólo cinco años, ocupará uno de los lugares más elevados. Sin embargo, no será el más alto.
Esta enfermedad puede llamarse catastrófica, de gran aflicción, de un torrente de temor desastroso; pero, ¿acaso ha sido la más nefasta en contra de la humanidad? No. La Biblia tiene reservada en sus páginas una plaga aún más tenebrosa. Una epidemia más antigua, que al compararse con la plaga negra hace que ésta parezca un simple herpes labial. Ninguna cultura puede evitarla, ninguna nación puede escapar de ella ni ninguna persona puede esquivar la infección del pecado; porque de esto se trata.
Cúlpese a la plaga bubónica causada por la bacteria Yersina Pistis.
Cúlpese a la plaga del pecado propagada por decisiones impías.
Adán y Eva voltearon sus cabezas al oír el silbido sensual de la serpiente, e ignoraron a Dios por primera vez. Esto resultó fatal. Eva no preguntó: «Dios, ¿qué quieres?» Adán no sugirió: «vamos a consultarlo con el Creador». Ellos actuaron como si no hubiera ni tendrían un Padre Celestial. Optaron por ignorar Su voluntad; y de este modo introdujeron en el mundo el pecado, y esa compañera inseparable: la muerte.
EL PECADO SUPONE, EN ÚLTIMA INSTANCIA, UN MUNDO SIN DIOS
Tal vez pensemos que el pecado consiste en errores de cálculos o pasos en falso; sin embargo, Dios lo ve como una actitud impía que conduce a acciones erróneas. Isaías 53:6 dice: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino: mas Jehová cargó en él el pecadode todos nosotros”.
La mente pecaminosa descarta a Dios. Opta por no consultarle ni buscar su consejo. De la misma forma, decide no considerar con seriedad Su plan. Los infectados por el pecado tratan a Dios con el mismo respeto que unos estudiantes adolescentes a su profesor sustituto. Reconocen su presencia, pero no lo toman enserio.
La decisión de no enfocarnos en Dios lleva a centrarnos en nosotros mismos.
El pecado celebra la exaltación del ego y proclama «al fin y al cabo, es tu vida, ¿no es así? Bombea tu cuerpo con drogas, alcohol, cigarrillos, tu mente con avaricia, idolatría, y tus noches con placeres oscuros».
Los impíos llevan una vida dominada por el egoísmo y la arrogancia. En su propia justicia se llaman “justos”. Caminan una vida “En los deseos de nuestra (su) carne, haciendo la voluntad de la carne(los deseos) y de nuestros (sus) pensamientos” (Efesios 2:3).
a) Dios me dice que ame. Yo opto por odiar.
b) Dios me enseña a perdonar. Yo opto por desquitarme.
c) Dios me llama al dominio propio. Yo pretendo justificar mi libertinaje.
Durante un tiempo el pecado sacia la sed. Pero eso mismo hace el agua salada. Mas, como un relámpago, la sed vuelve y demanda satisfacción con más tenacidad y fuerza que antes.
Veamos algunas citas bíblicas:
“Los cuales después que perdieron el sentido de la conciencia, se entregaron a la desvergüenza para cometer con avidez toda suerte de impurezas” (Efesios 4:19).
Pagamos un alto precio por la obsesión con nuestro ego. “Así que, los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8). A Dios no le agrada que lo ignoren. Pablo se refiere y describe a aquellos pecadores que “Porque habiendo conocido a Dios, no le glorifican como a Dios, ni dieron gracias; antes se desvanecieron en sus razonamientos, y el necio corazón de ellos fue entenebrecido… Por lo cual también Dios los entregó a inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de suerte que contaminaron sus cuerpos entre sí mismos” (Romanos 1: 21-24).
Todos hemos visto el caos: el esposo que ignora a la esposa; el dictador que masacra a millones; hombres pervertidos que seducen a los/as jóvenes y pequeños/as inocentes; jóvenes que hacen propuestas a sus mayores. Porque tú haces lo que quieres y yo hago lo que quiero, y nadie se interesa en lo que Dios quiere. La humanidad se destruye a sí misma.
La infección en un individuo conduce a la corrupción del resto de la población (o comunidad).
Si Dios es excluido, sólo puede esperarse caos en la tierra; y lo que es peor, miseria eterna.
Dios lo ha dicho claramente. La plaga del pecado no podrá pasar las puertas de Su palacio. Las almas infectadas jamás recorrerán sus calles santas (considere 1Corintios 6:9-10).
Los que usan y abusan de sí mismos y de la Creación jamás serán ciudadanos del cielo; porque Dios jamás negociaría con ellos su pureza infinita espiritual.
En esto consiste el fruto horrendo del pecado: Si llevas una vida impía, sólo podrás esperar una eternidad corrupta y sin Dios.
Pásate la vida diciéndole a Dios que te deje en paz y él lo hará; pero no será paz lo que tendrás. Él te concederá una existencia “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12).
Jesús dará “… el pago a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; Los cuales serán castigados de eterna perdición por la presencia del Señor, y por la gloria de su potencia” (2Tesalonicenses 1:8-9).
Cristo no guarda secretos acerca del infierno. En su descripción se propuso confrontar al alma humana con su realidad terrible.
Un lugar de tinieblas (véase Mateo 8:12)
Un fuego ardiente (véase Mateo 5:22)
Un lugar donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga (véase Marcos 9:48)
Los ciudadanos del infierno anhelan morir, pero no pueden. Ruegan por agua y nunca la reciben; pues han sido traspasados a una noche sin aurora.
La pregunta, ¿qué podemos hacer al respecto? Si todos hemos sido infectados y el mundo está corrompido, ¿a quién acudimos? Como dicen las Escrituras, “¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16: 30).
La respuesta que se ofreció entonces es la misma ahora: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú, y tu casa” (Hechos 16:31).
¿Y por qué Jesús? ¿Por qué no Mahoma o Moisés? ¿Por qué no José Smith o Buda, por ejemplo? ¿Cuál es la calificación única de Jesús para salvaguardar a los enfermos y mordidos por la serpiente del pecado?
La respuesta Divina: Cristo. Aquel que está libre de todo pecado, fue hecho pecado para que nosotros, los pecadores, pudiéramos ser contados sin pecado (considere 2Corintios 5:21)
Cristo no sólo se convirtió en la ofrenda de pecado. Al recibir (Cristo) la ira de Dios por el pecado de la humanidad, él conquistó el castigo por el pecado a través de su gloriosa resurrección de la muerte.
La calamidad más grande de la vida, desde el punto de vista de Dios, es que el ser humano muera en pecado (con sus pecados no perdonados). Cristo lo advirtió con una sentencia: “Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados: porque si no creyereis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24).
Olvidémonos de terremotos, devastaciones, políticas o depresiones macroeconómicas. El desastre más grande es llegar a la tumba con nuestros pecados a cuestas. El cielo no puede concebir una tragedia más grande, y tampoco el cielo podría ofrecer un don más grande que este:
“Porque también Cristo padeció una vez por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1Pedro 3:18).
La Biblia dice en Isaías 53: 5-6: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino: mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.
Cristo respondió al pecado universal con un sacrificio universal, porque él asumió los pecados del mundo entero. Esta es la obra de Cristo por ti, y por mí. Ahora bien, el cántico de salvación de Dios tiene dos estrofas. Él no sólo tomó nuestro lugar en la cruz. Jesús toma también lugar en tu corazón. Esta es la segunda estrofa: la obra de Cristo en ti. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí”, declaró Pablo (Gálatas 2:20).
O como dijo a la congregación de una iglesia: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (véase 1Corintios 3:16).
En la salvación, Cristo se instala en forma personal en nosotros. Es muy grandioso lo que esto significa: porque Dios vive y respira en ti, y en mí (tal como lo hizo con Jesús). Y tú y yo somos librados de la muerte eterna (véase Romanos 8:11).
Ahora bien, el pecado te puede atraer, pero nunca (si eres un hijo de Dios) te hará esclavo. El pecado puede –y con seguridad lo hará- tocarte, podrá desalentarte, y puede que te distraiga por un tiempo; pero el pecado NO podrá ya condenarte.
Cristo está en ti y tú estás en él. “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1).
OBRA DE DIOS Y TUYA
¿Puedo animarlos a confiar en esta verdad? Que tu oración constante sea esta: «Señor, recibo tu obra. Sé que mis pecados son perdonados por tu Sangre valiosa».
Amigo, confía plenamente en la obra de Dios por ti. Confía en la presencia de Cristo en ti.
Bebe con frecuencia del agua refrescante de su pozo de gracia.
¡Necesitas recordar siempre que tus aflicciones no son letales! No vivas como si fueras un enfermo terminal.
RECORDATORIO
Recuerda que el pecado puede tocarte, pero no puede absorberte ni reclamarte. ¡Cristo está en ti! Confía en su obra por ti. Él tomó tu lugar en la cruz. Asimismo, confía en que Su obra está en ti. Tu corazón es Su lugar, y él es tu Maestro. Amén.
Pero el pueblo de Dios no puede entender todo lo que le sucede en su camino al cielo. Aunque Pedro no entendía todo - por ejemplo: por qué Cristo, ciñéndose una toalla, le lavó los pies a él y a los demás discípulos -, no obstante le fue dicho que lo entendería después (considere Juan 13:7).
Cuando lleguemos al cielo advertiremos que no sólo es un bellísimo lugar, sino que conoceremos y comprenderemos también la belleza del camino mediante el cual fuimos traídos. Porque hoy nuestra visión es muy pobre en comparación con la visión que tendremos desde el cielo.
Ora conmigo:
«Ruego a Dios que Su palabra dada hoy, aquí, nos inspire hacia una fe más elevada, plena, correctiva, que aumente nuestra inmunidad sobre todo tipo de tentación. Y cuando seamos inducidos a pecar, debido a nuestras flaquezas, que recurramos a Dios sin demora; Él nos fortalecerá. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, dice Filipenses 4:13. Dios sea con todos nosotros (vos y yo), y su amor en nuestros corazones por siempre. Él te bendiga y te guarde. Amén».