La Amistad
- Escrito por Pastor Ricardo J. Iribarren
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“Es alguien que ama” (Nótese Proverbios 17:17 y 27:10)
La Amistad… (Un ensayo) – Hechos 28:10ª
El símbolo hermoso de toda relación humana es la amistad. De ella se dimana la comunión. El apóstol Pablo afirma que “… sobre todas estas cosas vestíos de caridad [amor], la cual es el vínculo de la perfección” (Colosenses 3:14). Este vínculo tiene características maravillosas que el ser humano puede experimentar. Los más avezados en esta relación son los que han sido ganados por el amor de Dios, por medio de su Hijo Jesucristo. Escuchando su oración, Él dice “Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos [los discípulos] sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Juan 17:21). Aquí tenemos resumidos todos los aspectos de la comunión y los resultados de la misma: la unión que lleva a la unidad y la formación de una fraternidad humana de amor que demostraría al mundo una manera de vivir tan maravillosa que no podría (este mundo) menos que aceptarla. Si los cristianos hubieran llevado a cabo esta comunión filial con Cristo y fraterna entre sí, el mundo entero sería cristiano en el fondo de su corazón y en la convivencia humana.
El resultado de esta séptuple comunión es gozo, paz, felicidad, compañerismo, unión, unidad, unanimidad y bendición.
El modelo de la comunión séptuple es la comunión existente entre el Padre y el Hijo — una unidad de pensamiento, de propósito y de voluntad — “Como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa” (Juan 17:21ª).
Se ha tratado de definir o establecer un concepto para el término etimológico de la palabra “iglesia”. Ciertamente la Palabra de Dios declara con amplitud y sin vaguedad lo que comprende EKKLESIA. Agregando mayor sentido y comprensión al término podríamos establecer que la iglesia local es la “Casa de la Amistad” de Nuestro Señor Jesucristo, la cual Él mismo estableció y nos la dejó aquí en la tierra. Y que dentro del alcance de sus propósitos, esa “Casa de la Amistad” servirá para tender puentes entre las personas; las cuales, como pequeñas islas que forman un archipiélago entero, necesitan ciertamente unirse por medio de puentes de amistad. Y asimismo, dicha “Casa de la Amistad” deberá poder establecer relaciones cordiales entre los redimidos de Él, es decir, hermanos y hermanas cuyas aficiones e intereses sean semejantes entre sí, para lograr así una buena convivencia; así como de necesidades complementarias que los haga auténticos adoradores de Dios (Juan 4:24), más felices; y que de este modo lleven la vida con agrado hacia sí mismos, hacia el prójimo, y hacia Dios mismo (véase 2Timoteo 1: 1-16).
La necesidad de la comunión fraternal
Es necesario que dejemos de pensar en nuestra propia satisfacción (Juan 11:16). El egoísmo pueda que nos impulse hasta cierta altura — acaso hasta el éxito material —; pero llegaremos finalmente a una montaña (obstáculo) demasiada alta, la cual no podremos esquivar. El hombre necesita un amigo que lo estimule a superarse y gracias al cual pueda hacer mayores esfuerzos, y así esquivar la montaña (obstáculo). Este “amigo” puede ser un compañero, el cónyuge, el padre o la madre, un profesor, un consejero, un hermano o hermana de la congregación, el pastor… Alguien que desee sinceramente vernos levantar y triunfar. Alguien por quien trabajar, por quien vivir, y hasta por quien morir. Para lograr esto falta el contacto cálido y tangible de otro ser humano. Es entonces cuando se establece la comunión entre dos personas y, por consiguiente, desaparece la soledad, es decir, el temor que nos paraliza.
¿Quién más tuvo comunión contigo?
Las divisiones obstruyen y debilitan, ¿no es así? No obstante, Jesús dijo “¿Quién, pues, de estos tres (el sacerdote, el levita y el samaritano) te parece que fue el prójimo de aquel que cayó entre ladrones? Y él dijo: El que usó con él de misericordia. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo” (Lucas 10:36-37) — Ve, y haz tú lo mismo, a saber, con otro semejante tuyo. La ética cristiana combate el egocentrismo. El mayor enemigo de la unidad de la persona y de la conservación de la identidad es precisamente el egocentrismo. Inclusive puede ser la ruina de la personalidad de esa persona. La lucha a la cual se refiere el apóstol Pablo en 1Corintios 2: 1-16, habla de la lucha contra la egomanía, contra la locura del yo, la pérdida del sentido de la realidad. ¿Qué es el cáncer sino un crecimiento egocéntrico de una célula que contagia con su “egolatría” a las demás células que están a su alrededor? ¿Qué es un individuo “histérico” (hablamos de hombre o mujer) sino un loco de su propio yo, devorado por su propio yo? Y, sobre todo, es su personalidad lo que está destruido en él. El pastor Kurt Koch declara en su libro Cura de Almas que “el desdoblamiento de la personalidad puede ser resultado del nefasto egocentrismo” (Página 195). Hay que ayudar a todo hombre o mujer a convertirse en una persona integrada; hay que proporcionarle la posibilidad de lograrlo. Ha dicho con razón Salvador Iserte en su libro Relaciones humanas amistosas (Editorial Clie, página 25): “Para ello se ha de descubrir:
Que toda persona posee un valor intrínseco…
Qué ninguno puede ser considerado un medio…
Que el egocentrismo es autodestructor…
Que todos los hombres son iguales ante el Creador, y que están llamados a la vida en el reino de Dios (véase Marcos 1:15).”
La trascendencia es el principio de la vida auténtica y permite — haciéndola franquear los límites de la vida confinada — arribar a un plano más alto.
Solo el amor verdadero y la amistad pueden dar al hombre la gran promesa de que la soledad puede ser superada y la comunión fraternal establecida. El amor es lo que suprime la soledad, lo que lleva el yo al otro, a saber, el reflejo del otro en mí, y de mí en el otro. Así se establece una comunión en la cual la persona se une a la persona (a la amistad y en amistad). La amistad es personalista. Recordemos entonces que solo por el amor -y por ende por la amistad- podemos superar la soledad, el aislamiento, el conocimiento materialista que nos invade (humanismo, etc.); y a su vez derribar las paredes de ese mundo en el que muchos han estado — y están — inmersos en el desaliento, la depresión y la frustración (véase Salmo 38:11). En Proverbios 17:17 dice que un amigo es una gran bien, porque un amigo verdadero ama en todo tiempo (Veámoslo exactamente: “En todo tiempo ama el amigo; Y el hermano para la angustia es nacido”). Los cambios de “clima” no cambian su actitud. Los tiempos de adversidad no hacen más que profundizar aún más su lealtad y su devoción. Un amigo reconoce el valor de la amistad — no piensa en usar a los demás, sino en ayudarlos, apreciándolos y
respetándolos. Estas son las cualidades de la amistad: Constancia y Presencia (personal y espiritual). Para mí, Ricardo Iribarren, y sin duda para cada cristiano, el amigo ideal es Jesús (Jeremías 31:3 dice “Con amor eterno te he amado”). Su amor es incondicional, constante e invariable. Es además “nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”. Siempre está a nuestro lado para ayudarnos y socorrernos. Es la bondad suma. Es la fuente de gozo. Es el consuelo oportuno. La medicina eficaz. Es el poder de Dios.
«Oremos, hermanos: Señor Jesús, cual hermosa es tu amistad. El disfrute de la vida diaria con tu compañía eleva nuestros más caros afectos hacia ti… Ese puente que Tú tendiste entre el cielo y la tierra… ofreciéndote en sacrificio vivo, como precio de pago de nuestra salvación y vida eterna, es el ofrecimiento al ser humano del bello amor de la amistad de Dios… Tú nos dices, en Juan 15:14: “Vosotros sois mis amigos, si hiciereis las cosas que yo os mando”… Hoy nosotros aceptamos esta amistad tuya, que ciertamente otros rechazan, comprometiéndonos a hacerte caso. ¡Gracias, Señor Jesús, por tan bellas palabras que nos has dirigido! Amén»
Dios te bendiga. Pastor Ricardo Iribarren
(Todas las citas bíblicas fueron extraídas -en forma textual- de la versión RV 1909)